domingo, 7 de noviembre de 2010

La libertad, alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones

"LA MEMORIA" Letra y música: León Gieco


Los viejos amores que no están,
la ilusión de los que perdieron,
todas las promesas que se van,
y los que en cualquier guerra se cayeron.

Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.

El engaño y la complicidad
de los genocidas que están sueltos,
el indulto y el punto final
a las bestias de aquel infierno.

Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.

La memoria despierta para herir
a los pueblos dormidos
que no la dejan vivir
libre como el viento.

Los desaparecidos que se buscan
con el color de sus nacimientos,
el hambre y la abundancia que se juntan,
el mal trato con su mal recuerdo.

Todo está clavado en la memoria,
espina de la vida y de la historia.

Dos mil comerían por un año
con lo que cuesta un minuto militar
Cuántos dejarían de ser esclavos
por el precio de una bomba al mar.

Todo está clavado en la memoria,
espina de la vida y de la historia.

La memoria pincha hasta sangrar,
a los pueblos que la amarran
y no la dejan andar
libre como el viento.

Todos los muertos de la A.M.I.A.
y los de la Embajada de Israel,
el poder secreto de las armas,
la justicia que mira y no ve.

Todo está escondido en la memoria,
refugio de la vida y de la historia.

Fue cuando se callaron las iglesias,
fue cuando el fútbol se lo comió todo,
que los padres palotinos y Angelelli
dejaron su sangre en el lodo.

Todo está escondido en la memoria,
refugio de la vida y de la historia.

La memoria estalla hasta vencer
a los pueblos que la aplastan
y que no la dejan ser
libre como el viento.

La bala a Chico Méndez en Brasil,
150.000 guatemaltecos,
los mineros que enfrentan al fusil,
represión estudiantil en México.

Todo está cargado en la memoria,
arma de la vida y de la historia.

América con almas destruidas,
los chicos que mata el escuadrón,
suplicio de Mugica por las villas,
dignidad de Rodolfo Walsh.

Todo está cargado en la memoria,
arma de la vida y de la historia.

La memoria apunta hasta matar
a los pueblos que la callan
y no la dejan volar
libre como el viento.

Los más afectados (Noche de los lapices)


Claudio de Acha Koifman tenía 16 años, fue salvaje y sistemáticamente torturado durante meses, finalmente fue asesinado, y su cadaver jamás apareció.
"Las cuatro y cuarenta. Calle 116 N° 542. Olga Fermán de Ungaro pidió tiempo para vestirse a los ocho hombres del Ejército que querían entrar, y se desesperó hasta el cuarto de Daniel y Horacio para avisarles. Los chicos tuvieron tiempo de desprenderse del "arma" que escondían debajo de la almohada: el libro de Politzer voló por la ventana. Prisionera en la cocina, Olga escuchó el interrogatorio y los golpes. Horacio y Daniel repetían que no sabían nombres, que no conocían a las personas por las que preguntaban los encapuchados. Le dijeron: "Los llevamos para Interrogarlos. Más tarde se los devolveremos, señora". Y escuchó cómo los arrastraban desnudos por las escaleras.

Horacio de Ungaro tenía 17 años, y su amigo Daniel Alberto Racero, que pernoctaba aquella noche en su casa, tenía 18 años. Fueron torturados sistemáticamente, durante meses, finalmente fueron asesinados, y jamás se han encontrado sus cadáveres.

"Las cinco de la madrugada. Después de rajar a culatazos la puerta del N° 2123 de la calle 17, los seis hombres uniformados con ropa de fajina del Ejército, sólo dos a cara descubierta, le exigieron a gritos a Irma Muntaner de López que los llevara hasta sus hijos. Los precedió encañonada, oor el pasillo lateral de la casa. Cinco autos grandes en la puerta y hombres parapetrados en los tejados. Supo qué buscaban sin precisiones cuando entraron el almacén donde dormían Panchito y Víctor.
“¿Dónde estan las armas?", preguntaron. Panchito negó que las tuvieran, pero insistieron: él debía tener asignada una. El grupo que se había desplazado para revisar el resto de la cesa regresó frustrado: ni armas ni volantes. Como machacaban con la acusación de armas escondidas, Panchito les señaló el ropero que compartía con su hermano. Encontraron un rifle de aire comprimido, viejo y partido en dos, y una pistola de aire comprimido, pero nueva. "¿Nos estás cargando?", grítaron furiosos. "Nos lo tenemos que llevar señora. Cuando conteste lo que queremos saber se lo devolvemos”. Penchito se atrevió: “Es que yo no sé nada". "Entonces, pibe", amenazó uno de ellos, "atente a las consecuencias"
Francisco López Muntaner, Panchito; tenía 16 años, estudiaba, y los fines de semana hacía trabajos como voluntario en los barrios pobres. Fue torturado sistemáticamente durante meses, finalmente asesinado: nunca se encontró su cadaver.
"Rosa Matera se acomodaba al sueño leve de sus setenta y ocho años, cuando escuchó los primeros golpes en la puerta, al poco sobre los muebles heredados de sus padres, los pasos duros en el living y las voces extrañas. Encontró fuerzas para salir de su dormitorio y gritó con las entrañas porque sus pulmones estaban enfermos, para impedir que los seis o siete hombres maltrataran a María Clara y a Claudia. La empujaron con las armas hasta su cama, pero se repuso y volvió al escuchar el interrogatorio, las cabezas gachas de las chicas, vendas en sus ojos. Entonces la encerraron y ataron el picaporte. Las frases le llegaron a trozos. Luego, el silencio. Se arrastró hasta la ventana y vio a Claudia y a María Clara forzadas a subir a un camión del Ejército. El living había quedado desierto. Sólo unas láminas y el collage inconcluso sobre la mesa. Apenas llegaron al departamento del sexto piso de la calle 56 N° 586, el doctor Falcone y Nelva Méndez, avisados por el conserje, Rosa se desmayó."

María Clara Cioochini tenía 18 años, había sido scout en su parroquia, formaba parte de grupos de base cristianos, y huyó de su ciudad natal, Bahía Blanca, por miedo a los críminales de la triple A. En La Plata, esa noche pernoctaba en la casa de la abuela de su amiga María Claudia Falcone, de 16 años.

Como ellos, desaparecieron unas treinta mil personas en Argentina. Un plan de exterminio trazado cuidadosamente, sin titubeos ni concesiones a los escrúpulos ni a los remordimientos. Con el fin de "luchar contra la subversión" violaron, se ensañaron en destrozar, ante todo, los genitales de sus víctimas, mediante golpes, tajos, picana. Torturaron científicamente, con los métodos que provocaran el máximo sufrimiento hasta la extenuación. Y la muerte de sus torturados era motivo de risas y bromas entre los torturadores.
Mientras, las madres y las abuelas de los desaparecidos escribieron cartas, llamaron a todas las puertas, pidieron habeas corpus, preguntaron a los que salían en libertad al cabo de meses o de años, sobrevientes con la muerte en el alma, acudieron a manifestarse a la Plaza de Mayo, con sus pañuelos a la cabeza y las fotos de aquellos pobres despojos que un día fueron sus hijos y sus nietos, para reclamar por los secuestrados. "Se han vuelto locas" -decían- y las rehuían quienes hasta entonces habían sido sus amigos, sus vecinos, sus familiares. Les aconsejaban rezar, resignarse, y se enfadaban con su actitud de enfrentamiento podía perjudicarles, comprometerles, porque, al fin y al cabo, hablamos de subversivos, de terroristas, que no merecen piedad. Y si los han detenido, por algo será.
Pero no todos los desaparecidos tuvieron madres, hermanas, abuelas que trataran de liberarlos: la mayoría se tuvo que contentar con el epitafio de la vergüenza que su detención produjo, y desaparecieron en algún vuelo de la muerte, en alguna fosa común, cuando ya habían sido enterrados en el silencio ominoso de su familia y de sus conocidos, más indignados con las víctimas que con sus verdugos. Es gente que apenas puede pronunciar el nombre de sus desaparecidos, porque aún no los han perdonado por haberles sacado a flote toda su cobardía.

La noche de los lapices


El 16 de septiembre de 1976 diez estudiantes secundarios de la Escuela Normal Nro 3 de la Plata son secuestrados tras participar en una campaña por el boleto estudiantil. Tenían entre 14 y 17 años. El operativo fue realizado por el Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejercito y la Policía de la Provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camps, que calificó al suceso como lucha contra "el accionar subversivo en las escuelas". Este hecho es recordado como "La noche de los lápices". 

EL TERROR EN LAS AULAS

Uno de los aspectos más dramáticos de la represión vivida en aquellos años fue el secuestro de adolescentes. Llegaron a 250 los desaparecidos que tenían entre 13 y 18 años, claro que no todos estudiaban. Muchos se habían visto obligados a abandonar la escuela para incorporarse al mundo del trabajo.

Pero de los procedimientos utilizados surge claramente que no se trataba de hechos aislados, sino de una investigación pormenorizada en distintas escuelas. En una entrevista concedida a un grupo de padres, un Coronel de Campo de Mayo les expresó que se llevaban a los jóvenes que habían estudiado "en colegios subversivos para cambiarles las ideas".

El 16 de septiembre de 1976, 10 estudiantes secundarios de la Escuela Normal Nro 3 de la Plata, son secuestrados tras participar en una campaña por el boleto estudiantil. Todos tenían entre 14 y 17 años. El operativo fue realizado por el Batallón 601 del servicio de Inteligencia del ejercito y la Policía de la Provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camps, que califico al suceso como "accionar subversivo en las Escuelas". Este hecho es recordado como "La noche de los lápices".

Solo tres de ellos aparecieron un tiempo después. Pablo Díaz, uno de los liberados, declaró en el juicio a las ex juntas: "Yo pertenecía a la Coordinadora de Estudiantes Secundarios de la Plata y con los chicos del colegio fuimos a presentar una nota al ministerio de Obras Públicas".

Levantaron chicos en algunos colegios que tenían "marcados" y enemigo era todo aquel estudiante que se preocupara por los problemas sociales, por fomentar entre los estudiantes la participación y la defensa de los derechos de los mismos. 



La noche de los bastones largos

Un hecho lamentable para la cultura argentina fue la decisión de, el 29 de julio de 1966, intervenir las universidades nacionales, cuyo régimen tripartito era, en la opinión militar, una invitación al desorden y a la infiltración izquierdista. No se tuvo en cuenta el alto prestigio que habían alcanzado las universidades estatales gracias a la libertad de cátedra, ni se imaginó la repercusión internacional de estos hechos.
Durante "la noche de los bastones largos", el episodio más violento de la intervención, la policía apaleó a estudiantes, profesores, visitantes extranjeros y autoridades de la Facultad de Ciencias Exactas (UNBA) por hacer una asamblea desafiando el edicto restrictivo de las reuniones públicas. La intervención y el fin de la autarquía derivaron en una pérdida de valores intelectuales de primera fila que emigraron hacia otros centros de altos estudios. Mucho ya no volvieron al país. Las carreras de Psicología y de Sociología blanco de las críticas más virulentas, quedaron desmanteladas por renuncias en el claustro docente. Se trataba de especialidades "sospechosas" de incitar a la reflexión sobre la desigualdad social desde la perspectiva del análisis marxista.













La dictadura tenía fines determinados para con la Universidad Pública Argentina: poner fin a la autonomía universitaria y la libertad de cátedra; silenciar las críticas; escarmentar la rebeldía estudiantil; exterminar todo tipo de pensamiento libre; y, no menos importantes para ellos, bajar el “gasto” en educación.


Algunos de los profesores afectados fueron:











Documental: La Noche de los Bastones Largos 30 años después 
Autor: Sergio Moreno 
http://www.mediafire.com/download.php?jjewrty2vgn 



TESTIMONIOS:
"Aquella noche estaba en la ocupación de la Facultad de Filosofía y Letras. Hubo una irrupción de la infantería que, en mi caso, resultó en un golpe en la cabeza que me dejó desmayado en el patio: yo recibí efectivamente la visita de un bastón largo. Y esos minutos de desmayo significaron un cambio muy importante en mi reflexión sobre la universidad y el país... Hacía cuatro años que había entrado en la universidad y vivía de algún modo el encantamiento de la autonomía universitaria. De modo que el chichón en mi cabeza fue un alerta sobre lo que iba a pasar en el país. Una cicatriz que a la luz de lo que fue la siguiente dictadura generaría una suerte de melancolía por los golpes pasados... En aquel momento tomé con un sentimiento de pena muy profundo la renuncia de muchos de nuestros profesores. La irrupción de las armas del Estado en los patios y las aulas de la universidad dio paso también a las medidas de vigilancia: mi fotografía estaría desde entonces en manos del personal de vigilancia y era considerado persona no grata. Lo que tengo dificultad para decir es que aquella irrupción policial me llevó a sumarme a los que creían en la necesidad de construir una realidad que superara a la universidad aislada... En la punta de aquellos bastones había diversas hipótesis de construcción del conocimiento. El palazo hizo vibrar mi cabeza y me llevó a rechazar tanto a aquella irrupción policial como a quienes habían sostenido una universidad cientificista pero idílica. A tientas, fui de los que intentaron construir un realismo nacional y popular, de forma balbuceante intentamos seguir la lucha política en la universidad, ocupando cátedras... Aquel golpe despertó un realismo social militante, una veta política que empezó a llamarse tendencia nacional y popular y que pronto vería con entusiasmo la lucha con las armas, un período que hoy amerita una profunda reflexión... Fue muy importante para mí aquel bastonazo. El desmayo duró muy pocos minutos, pero significó uno de esos hechos que se recuerdan como un quiebre en la vida propia." 




"Yo era profesora de biología celular en la vieja Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, que estaba en la calle Perú. Todavía no existía Ciudad Universitaria. Me acuerdo que esa noche el doctor Rolando García nos dijo: "Que nadie se vaya a casa porque se va a hacer una reunión de los profesores. Parece que se viene una revolución". Como era de noche, dije: "Voy a llamar a mi casa a mi marido y mis hijos para avisar que llego más tarde". Por suerte, los teléfonos de la facultad no andaban. Y me fui a hablar desde los teléfonos de una confitería. Cuando volví, vi que había una doble fila de policías y que los estaban sacando. Había un celular y estaban empujando a los doctores Manuel Sadosky y García adentro. Y los escuché gritar: "¡Hay más profesores, vayan adentro a buscarlos!". Entre los profesores, estaba yo, pero no me encontraron. Me salvé por milagro. Me salvé por el teléfono que no funcionaba. Me tomé un colectivo enseguida para mi casa. Llegué con un susto terrible y miré si estaba toda la familia. Perdí el cargo de profesora y todo cambió. Yo había sido nombrada por el doctor García después que cayó el peronismo y vino Risieri Frondizi, que me reconoció el título italiano. Yo era de Turín y vine a la Argentina cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, en 1939. Pero después de esa noche, no volví más a la Facultad de Ciencias Exactas. "



"Esa noche estaba en la Facultad de Filosofía y Letras y la noticia no nos sorprendió. Esperábamos con expectativa la intervención y hasta nos parecía raro que, a un mes de asumir, Onganía todavía no hubiese tocado la universidad. Teníamos conciencia de lo que se venía, por entonces yo militaba activamente en el Frente de Izquierda Popular. Trabajaba como jefe de trabajos prácticos de Filosofía de las Ciencias y, al igual que todos mis compañeros, tuve que renunciar, aunque no estaba de acuerdo con esa decisión. Para mí había que quedarse a defender la facultad. A medida que pasaban las horas, iba llegando gente de Exactas que nos contaba lo que estaba pasando. Era terrible. Hacían formar fila a los profesores, los hacían salir y los golpeaban uno tras otro. Se notaba que no había una planificación por parte de los militares, no eran demasiado hábiles y tampoco tenían mucha información de lo que pasaba en las facultades. Iban al bulto, sin tener un conocimiento puntual de lo que querían combatir. Se hicieron preconceptos y actuaban en función de éstos. Pero sin duda, la noche de los bastones largos fue un anticipo de lo que pasaría en el ‘76. Para mí fue un golpe terrible, desde esa noche casi no pise la facultad hasta el ‘84. Estuve 18 años sin participar de la actividad docente en Argentina."